Existe en Lima un teatro que representa la misma obra decenas de veces al día. La puesta dura apenas cinco minutos, para un solitario espectador cada vez. Adriana Iraola es quien está detrás del curioso escenario, como dramaturga, diseñadora, actriz y constructora de ese teatrito que en árabe llaman Sanduq el Dunia: “caja del mundo” o “de la vida”.

La joven de 30 años viaja con la pequeña sala (unos 20 centímetros de largo, por 10 de alto y otros 20 de profundidad) a cuestas por la ciudad de Lima y la ha llevado a Ecuador y Francia. Para elaborarla se inspiró en una técnica árabe que aprendió casualmente y luego, como todo lo que le interesa, le ha hecho aportes propios.

Adriana explica que la utilizaban hace casi mil años los artistas de feria en Siria y Egipto, y que este artilugio está en la raíz del árbol familiar del cine y la televisión. Sorprende encontrarse, en un mundo tan conectado con las tecnologías digitales, el milagro artesanal que ella logra manipulando varios escenarios, lupas, espejos y juegos de luces.

“Es mi proyecto más sustancial, porque combino todos mis recursos: teatro, dramaturgia escrita, artes plásticas…”

Algo de sesión terapéutica tiene presenciar la obra Karma que Adriana muestra en su peculiar dispositivo. La historia se le ocurrió durante un sueño: “Vi el escenario cuando dormía, tal cual lo reproduzco ahora”, recuerda.

Me siento en un banco bajo, delante de la caja y acerco el ojo izquierdo a una mirilla. Como en The Matrix, parece ser una cuestión de elecciones: “¿Qué canción quieres escuchar, la 1 o la 2?”, pregunta la artista mientras me pone unos audífonos. La dos, contesté por decir algo, y entonces escuché el canto chamánico Abre tu corazón.

Mientras la música continuaba, Adriana manipuló diestramente los escenarios, las luces y los muñecos. Sin diálogos, narra la historia de un joven llamado Andrómeda que busca un sentido para su vida y, agobiado, tiene un viaje de autoconocimiento. Lo que uno ve dentro de la caja son imágenes surrealistas y llenas de color. Dos figuras que representan la luna y el sol son utilizadas para hilvanar la historia de nostalgia y desamor, pero a la vez con un mensaje de optimismo y superación de nuestros miedos.

Adriana está siempre atenta a la reacción de los espectadores luego de la puesta. Quien la observa trabajar, sabe que no por repetirlo tantas veces, el acto deja de fascinar a la joven.

Curiosidad sin límites

“Desde niña me pregunté sobre las cosas. Mi madre se fue a Japón y quedé en Perú con mi papá, pero en realidad al cuidado de una nana, por lo que tuve mucho tiempo sola para investigar”, me cuenta.

Primero se interesó por la Biblia porque “era de lo que todo el mundo hablaba”, y luego indagó en el misticismo de la masonería, la geometría sagrada, rituales andinos… A la par, desarrolló su gusto por el dibujo y construir cosas pequeñas, desde figuras con el Lego hasta creaciones propias utilizando papel y cartón.

Luego del colegio, Adriana se graduó de tecnóloga médica, pero nunca trabajó como tal. Su familia pensaba que no se podía sobrevivir económicamente siendo artista, sin embargo, la joven se ganó una estabilidad a fuerza de trabajo duro y adentrarse en varios caminos del arte.

“No puedo decir que soy autodidacta totalmente, porque he asistido a talleres, pero nunca estuve en una academia formal. He recibido clases de teatro y clown, algo de improvisación… También tuve un maestro de pintura”.

En varias fiestas infantiles actuó replicando el programa de televisión Mad Science. En las celebraciones combinaba los experimentos científicos con el juego y el teatro.

Esa experiencia la utiliza para ofrecer talleres a niños en el Museo de Arte de Lima (MALI) y en la Casa Ronald del proyecto Fugaz, en un contexto (el del centro histórico del Callao) que puede ser de violencia y precariedad económica.

“Yo aprendí a conocerme más en el teatro y me pareció interesante compartir eso”, dice. Ilusionismo, malabares, dicción, ritmo, expresión corporal y dialogar en la discrepancia son algunas de las enseñanzas que transmite en sus lecciones.

“No hay nada más importante para un niño que jugar, y con ellos intento que aprendan jugando. Estoy creando conciencia positiva y dándoles herramientas que pueden servir para sus vidas”, resalta.

Más allá del teatro en miniatura

La caja mágica no es la única vinculación con el arte: también pinta y construye piezas interactivas en las que plasma todo tipo de conocimientos sobre geometría y culturas ancestrales. Su estudio en Fugaz está lleno de una curiosa acumulación de objetos, se amontonan ideas, prototipos de obras e instalaciones que con el tiempo se convertirán en piezas interactivas mayores.

Aquí se ve un artefacto para cifrar mensajes, que copió de la película El código Da Vinci. Al lado, una pieza que todavía no termina, en la que trata de construir un espiral según la secuencia matemática de Fibonacci. En el centro del taller, un poliedro de cristal que quiere reproducir a escala humana para llevar a otro nivel la experiencia inmersiva de su caja mágica.

En la imaginación de Adriana Iraola conviven signos de la iconografía andina, con lo que en matemática se conoce como el plano o coordenadas cartesianas. Puede hablar largo rato de los átomos que componen todo lo conocido, de ritos de la Misha andina (oráculo con objetos de poder) y otros temas aparentemente distantes.

Entre sus recientes proyectos está una serie de máscaras que ha creado luego de estudiar “cómo las culturas antiguas del Perú interpretaban el universo; a través de códigos de caracteres están representados sus conceptos y los utilizo como mapas para resolver problemas…”.

Otras piezas que expuso en galerías del Callao y Miraflores, así como en Lima Design Week, también recurren a los juegos ópticos. Son dos cajas grandes que guardan imágenes simétricas y coloridas dentro. “El que se queda solo con lo de afuera, que también tiene valor estético, se pierde un poco más si no siente la curiosidad de mirar dentro”, anota.

Algunas de sus obras inspiradas en las figuras del Chavín de Huántar se expondrán pronto en Tolouse, Francia, como parte de una muestra de arte sobre culturas originarias que además de la de Perú exhibirá piezas que recuerdan la tradición de México, Egipto y Mesopotamia.

Adriana se encuentra en un incesante viaje de creatividad. Por el camino, ha adquirido confianza en sí misma. Cree que “la vida no presenta problemas, sino circunstancias en las cuales tenemos que decidir”. Ella lo hizo cuando dejó una carrera segura para lanzarse a realizar sus sueños y ahora vive su mejor momento: “¡Estoy jugando en el arte contemporáneo!”, concluye entre risas.


Fotos: Raúl Medina Orama