Cuando Alejandro Alexis García llegó a Lima en 1993 traía cuatro dólares escondidos en un zapato. En Cuba estaba penalizada la moneda norteamericana y que le vieran esos billetes en La Habana podía significar cárcel y el fin de su aventura en tierra andina antes de comenzar.

En Perú recién habían capturado al líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, y el país se estremecía entre el terrorismo y el autoritarismo del gobierno de Fujimori. Era un mal escenario para que un migrante echara raíces, menos para prosperar.

Casi treinta años después, cualquier tarde de Miraflores, A. Alexis (su firma de artista) está en su negocio de la calle Manuel Bonilla: el Café-Bar Habana, una vitrina de la cultura cubana que no está cerrada a la influencia peruana.

El encuentro con el Perú fue posible porque lo invitaron a un festival de videastas y el cubano pronto supo que quedaría unido a la “ciudad gris”. Se casó con la pintora limeña Patssy Higuchi y con el tiempo ambos abrieron un puente de ida y vuelta entre Mar Caribe y el Pacífico.

Acá fundaron el Taller de Gráfica Experimental Cauri, donde el cubano mostró lo aprendido en su país. Allá, Higuchi fue una artista invitada del Taller Experimental de Gráfica de La Habana y amplió sus conocimientos sobre las técnicas tradicionales del grabado.

Habana de Miraflores

Fotos de guerrilleros del siglo pasado, imágenes de santos católicos y dioses africanos, collares de colores, libros, fotografías clásicas, pinturas y grabados en las paredes, y una de las barras mejor provistas de la ciudad.

El negocio de A. Alexis es un portal a la historia, la cultura y las pasiones de Cuba. En las paredes hay ejemplos de su obra pictórica y serigráfica, “un ejercicio de análisis y reflexión, un paréntesis de la memoria”, explica.

Me invita a un café expreso, amargo. Este hombre hospitalario y conversador ha aprendido a replicar aquí, en lo posible, sus gustos culinarios y manías caribeñas.  

Durante 27 años en estos lares vivió experiencias de todo tipo, menos prisión y problemas con la Policía, aclara. Experimentó el “trabajo duro, el desempleo, la necesidad económica, el éxito, mis 15 minutos de gloria. He expuesto en las mejores galerías de Lima en algún momento, he sido profesor de los mejores institutos y de la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes”.

Entre sus primeras labores acá fue taxista. Con el dinero ganado por una carpeta de serigrafías (técnica de impresión), compró un auto Lada ruso. No tenía licencia de conductor y Lima se le antojaba una selva urbana y desconocida.

“No existía Uber ni Google Maps. Manejaba con la guía de páginas amarillas al lado, para conocer la ciudad”, recuerda. Pero con el tiempo se aventuraría más allá de la capital. Lambayeque, Arequipa, Tacna, Cusco, llegó hasta la Amazonía… Iba por carretera y sin mapa, sin fechas ni planes, fijándose en las indicaciones de los lugares históricos que encontraba en el camino.

Luego se llevó un par de años a su esposa y dos hijos a vivir en Cuba. En 2002 regresaron a Lima, buscando solvencia para la familia. Unos amigos le dijeron que habían abierto un bar porque “eso es lo que da dinero”.

El artista creyó que no tenía alma para un negocio así. Combinándolo con café y otro concepto cultural, pensó que resultaría, pero le pronosticaron que duraría pocos meses. La vida le dio la razón y el Habana sobrevivió a los bares de sus amigos: va para 18 años, 10 de ellos tuvieron a Alexis detrás de la barra o lavando platos y preparando sánguches.

“Todavía atiendo a los clientes, converso con ellos, a veces quieren comprarme cuadros o conocer sobre otros artistas que muestro aquí”, asegura.

Aunque su emprendimiento le “produce un placer increíble”, reconoce que en ocasiones “es muy demandante, un negocio muy esclavo”.

Luego se le olvida el esfuerzo, cuando recibe libros de escritores peruanos, que vienen y se los traen o le piden presentarlos aquí. “Eso para mí es un batazo, este lugar me ha dado muchísimo”.

La capital peruana también se ha beneficiado con el Habana, el negocio gastronómico más viejo de la calle donde está ubicado. Apareció en la guías de la movida cultural de Miraflores más de una vez y es un centro artístico de acceso gratuito para la comunidad.

Zona franca para el arte

Aledaño al café-bar, esta Espaciodearte, un “cubo blanco” donde A. Alexis organiza exposiciones, ha presentado obras de teatro y novedades literarias. En el ambiente se huele el café y la yerbabuena de los “mojitos”. La música cubana se escucha de fondo en una combinación de hits recientes con la salsa clásica.

“El 50% de esta propiedad está destinado enteramente a la comunidad. Cuando Lima planteó su primera Noche en Blanco como modelo de recreación para las galerías y las artes, este lugar no lo incluyeron oficialmente, pero tuvo una repercusión tan espectacular que la mencionaron en los reportajes” dice.

La onda bohemia que le ha impuesto a su local se coronó cuando comenzó a vender por primera vez en el Perú la absenta, bebida de los poetas modernistas y de una larga lista de escritores y artistas entre los que estuvo el novelista Ernest Hemingway.

ha organizado exposiciones de arte e perú

Para rematar, gracias a su archivo personal organiza muestras de arte cubano de primer nivel. Ahora mismo exhibe la carpeta de grabados La huella múltiple (1999), un proyecto organizado por importantes creadores cubanos como Sandra Ramos, Belkis Ayón, Abel Barroso e Ibrahim Miranda. La exposición es igual a la que en 2019 visibilizara el prestigioso Museo de Arte Latinoamericano (MOLAA) de California, Estados Unidos. 

Si alguien le sugiere que una galería gratis no es rentable, o que sería más provechoso una discoteca de salsa en el salón, A. Alexis responde que lo prefiere vacío, a cambiar el concepto.

“Ese espacio tiene una existencia visceral, es un ente vivo, un animal. A veces tengo que venir y darle sangre, o creo que al entorno no le interesa: el país está viviendo una crisis de credibilidad, una crisis política…”, reconoce.

En momentos así da pausa a las exposiciones y convierte Espaciodearte en taller personal, o en la sede de Laboraleatorio, iniciativa en la que entrega la galería para que sea intervenida por grupos de jóvenes artistas peruanos y cubanos. Su próximo proyecto es un stand en la venidera feria Art Lima y una expo previa curada por el crítico Gustavo Buntinx. 

Al final se comprende que más que un negocio, el inmueble de la calle Manuel Bonilla 107 es una puerta cultural entre Cuba y el Perú, donde la memoria no se enquista; un epicentro creativo nacido de la voluntad de su fundador de no cortar lo que lo une a su país.

“Entre mis necesidades está La Habana. Si no me siento un rato ahí para mí es horrible. Por eso creé este sitio, para recordar mi ciudad natal. Aunque esté en Lima, no me gustaría prescindir de ella”, dice y se termina un último sorbo de café.


Fotos: Raúl Medina Orama